Sus guantes raspaban la piedra de las cornisas, se deslizaba de manera
grácil, miraba el siguiente edificio con avidez, su reto había llegado, era la
distancia más larga que tenía que saltar esa noche. El impulso de sus piernas
la lanzo contra el borde del edificio, la distancia entre ambos bordes se hacía
cada vez más grande, se maldecía así misma por el salto. Aun era demasiado
pronto, una muerte joven sin haber cumplido la promesa al cuerpo de sus padres,
sin disfrutar de los placeres de la vida que tantas veces había visto por
televisión. Su instinto fue más rápido que su mente, desenvaino la daga
clavándola en el muro, si algo tenía bueno ese lugar eran sus edificios viejos,
las fachadas estaban desgastadas por el tiempo.
Estaba suspendida de una mano en el vació, el suelo estaba a diez metros, su
daga perdía agarre con la pared, hizo acopió de fuerzas para clavar la otra
daga, fue escalando clavándolas acompasando cada estoque de sus armas con los
pequeños pasos, tras cinco angustiosos minutos consiguió subir los pocos metros
que la separaban de la cornisa.
Exhalo una bocanada de aire al quedarse tumbada en el tejado de aquel
edificio, sus respiración era agitada, había estado a punto de morir por su
entrenamiento tan extremo, aunque debía estar preparada para lo que viniese,
solo se dedicaba a vagar por la noche. Como un animal escondiéndose de todo y
de todos, para luego volver a ese cuchitril donde vivía a duras penas, robando
y mendigando. En muchas ocasiones se había jugado la vida en busca de la
siguiente comida, peleando con los rateros de la zona. Echaba de menos todas
aquellas horas acurrucada con su madre, en el sofá, hasta la noche en la que
sus padres fueron asesinados y las dagas pasaron a sus manos. Una estirpe de
guerreros las porto antaño, con honor, de esos tiempos solo quedaban las que
portaba.
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