La vista era desoladora, como si una marea hubiera arrastrado la
arena hasta convertir el mundo un desierto interminable.
- Ya no tendremos que mirar más toda esta arena.
- Señor, qué, ¿qué hace aquí?
- Nada de formalismos chico, eres Jack Barrow, el cronista, ¿verdad?
-Sí, señor, ¿no debería estar en la cúpula de mando?
- Tutéame, soy Rober, un tripulante más, ya no seré más el
presidente europeo a partir de mañana – le dijo tendiéndole la mano.
- Encantado – dijo el muchacho con una sonrisa tensa.
Sonó un pitido largo y luego dos cortos, las comprobaciones de
sistemas comenzaban esa misma mañana, kilómetros y kilómetros de estructura.
Con demasiadas cosas que comprobar.
- Entonces, ¿qué haces por esta parte de la nave?
- Me gusta pasear, aunque lleve años caminando por ella, no me acostumbro,
detesto esta lata volante. – se rascó levemente la oreja.
- Tendrá que acostumbrarse, será nuestro nuevo hogar–
- Chaval, tú sí que sabes darle ánimos a un anciano –
- No diga eso, al menos le quedan veinte años para ser un anciano
– comentó riendo Jack.
- Las terapias genéticas pre natales hicieron maravillas con el
ser humano, más tiempo para hacer más cosas, por eso abandonamos nuestra tierra
– la voz tenía un tono de melancolía, ya que era uno de los últimos que
quedaban de aquella moda.
- ¿Cómo era antes?, sólo he leído en los libros.
- Era hermosa, yo tampoco la conocí en todo su auge, de hecho ya
empezaba a parecerse a un lodazal al que los seres humanos nos habíamos
acostumbrado. Aún había bosques verdes, aunque pequeños, el Amazonas ya no era como veíamos en los libros, nos encargamos de destruir cualquier hábitat para cualquier especie, salvo la nuestra.
- ¿Cree que volveremos a ver algo así? –
- Yo no creo que lo vea, moriré en esta lata, pero mañana empiezas
tu nuevo trabajo. Te veré en el nombramiento y la botadura – dándole una
palmada en la espalda se marchó por el largo pasillo gris.
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